¿Cuándo nos volvimos así?
Fue ayer, pero podría haber sido cualquier día. Lo que vi —y lo que sentí— no fue excepcional, y justo por eso me dejó pensando. Entro al vagón de metro. Es hora punta. No hay asientos, solo espacio suficiente para sostenerse de alguna barra y mantener una distancia incómodamente cercana con desconocidos. El vagón está lleno: un grupo de adolescentes, probablemente de excursión, inunda el espacio con risas y voces que rebotan contra las paredes del tren como si se negaran a morir en el aire. Ríen alto, muy alto. Tal vez demasiado alto. Lo admito: me molesta. Pero también recuerdo cómo era tener dieciséis, cuando el mundo parecía un lugar por conquistar, y la vergüenza, una prenda opcional. Así que respiro hondo. Me resigno. Esto es soportable. Invadiendo mi espacio vital, hasta el punto de sentir el aliento de ambos en mi cuello, una pareja de unos 17 años, abrazados. Él joven, con desprecio apenas contenido, dice en voz alta: ''a ver si ahora cuando nos bajemos, oímos que ...

