Con mi autorización, hasta el corvejón

 

 A priori, resulta difícil entender qué tipo de motivación empuja a alguien a dejarse observar las 24 horas del día, sabiendo que lo que se venderá de ellos serán sus miserias (porque, seamos sinceros, el drama vende). Y todo eso para manipular al espectador desde el minuto cero, moldeando opiniones a golpe de telerrealidad.

— ¿Narcisismo? ¿Exhibicionismo?

Si me paro a pensar que, tal vez, lo hacen porque están en un momento crítico de sus vidas: sin trabajo, sin rumbo, sin dinero, sin ilusiones… entonces lo entiendo aún menos. Porque, ¿quién en su sano juicio querría entrar a un circo mediático en su peor momento, con la autoestima por los suelos y las ganas de mandar a todo el mundo a la mierda? Pero claro, ahí está la clave, ese es el perfil: son los que no tienen nada que perder.


Y es que, a pesar de toda la emoción de la popularidad que nos venden en las pantallas, casi todos los que participan en este tipo de espectáculos acaban necesitando un buen psicólogo para procesar la avalancha de insultos, críticas y situaciones incómodas que les caen encima. Y no es para menos; enfrentarse al tribunal implacable de la opinión pública no es algo que se supere con un simple "yo sé quién soy".

Eso sí, no nos engañemos: hay mucha gente que saca tajada de este circo. Los empresarios de televisión, que ven cómo sus audiencias se disparan a las nubes; las marcas, que les proveen hasta el último detalle de su vestuario, dictándoles el estilo y hasta el sabor del refresco que deben beber en cada escena; y, por supuesto, los programas parásitos que sobrevuelan alrededor, como buitres, esperando recoger las sobras del escándalo. Hasta yo saco mi pequeño rédito, consiguiendo que tres o cuatro curiosos me lean y me concedan unos minutos de su atención… ¡La vida misma, un negocio!

Lo curioso de todo esto, es que a fuerza de golpear la cabeza contra el suelo, hacen callo y sino lo hacen, les compensa más el piso que se han podido comprar, el coche que manejan, el tren de vida que tienen o la pareja que han conseguido, independientemente de la salud mental que me lleven.

Pero irremediablemente, les compensa. ¿Les compensa?

Este año, todo el mundo protestó el día que entraron a la casa:— ''son todos normales, niños y niñas de Instagram, nadie especial...'', pero luego se les fue viendo a todos el pelaje.

Y como cada año...

Había entrado la arpía envidiosa y acomplejada, el pijo conservador con retranca, el soso y la sosa, la barbie 'escrupulosa', el plasta con más paciencia que Job, el dúo dinámico peleón y la llorona enamorada.

Luego estaban los secundarios: los que hacen de relleno, el que no se enteran de nada, el que va de guapo y posa cual mueble, los muebles propiamente dichos y una vasca con tan mala hostia, que si la cabreas te besa al novio.

La organización les obliga a mentir y tienen un lio organizado que esto no lo desenreda ni la hilandera del barrio de tu abuela.

Hay dos casas, vidas paralelas, gente que se conoce de antes pero que finge asombro, la celosa machacona que acorrala al pobre muchacho porque tiene ojos en la cara y sabe usarlos. 

Y aquí me tienes, viendo cuarenta minutos de programa con siete de anuncios cada diez de emisión. Francamente, ya estoy agotada.

¿Tú entrarías en semejante vergel?

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