Si lo sé no vengo
No me gusta el fútbol y no me verás dejando de hacer algo que me interese más o menos porque hay fútbol, excepto si se juega la Champions League o los Mundiales, momentos en los que mi pasión futbolística despierta.
Ayer el Barça jugaba un partido de Champions y me apetecía mucho verlo. Aproveché la invitación de mi amigo Manu y su entusiasmo.
—Quiero ver el fútbol, ¡qué digo! Me apetece muchísimo ver el fútbol. ¿Te apuntas? A veces se pone así de intenso, y le dije que sí.
—Perfecto, reservo—añadió.
Luego pensé que tenía a mis hijos en casa y que a las 21 h tendrían hambre, pero por suerte tenían también planes para salir a cenar y ver el partido con amigos.
Con los problemas domésticos solucionados, me relajé y comencé a prepararme para llegar al bar donde habíamos quedado antes del inicio del partido. Tenía que pasear a Tula, mi perra, antes de salir. Manu me había avisado de que iba a retrasarse.
No era un bar de barrio, era un bar-restaurante con más televisores que ganas de vivir tenían los camareros.
Manu había hecho la reserva, pero el encargado, que parecía más perdido que Jesulín de Ubrique en los premios Grammy Latinos, iba acomodando a la gente no por orden de llegada sino por dimensión de grupo (de mayor a menor volumen).
— Perdona, pero tengo una reserva, le dije después de que me apartara una y otra vez con su mano en mi hombro, para atender a los que estaban detrás de mí —me empezaba a faltar el aire.
— ¿A nombre de quién?—preguntó sin mirar el libro de reservas.
— Manu. A nombre de Manu Ripollet.
Sin comprobar que, efectivamente, habíamos reservado, asintió y nos condujo a todos los que quedábamos en la puerta por atender, a una sala que se encontraba en la parte superior del local, al grito de:
—¡Seguidme!
Y ahí estábamos, ascendiendo por la escalera, amontonados como ‘bicho bola’, mientras intentaba arrancarme la chaqueta, pues había sido atrapada por un golpe de calor menopáusico-nervioso, con trazas de gente oliendo a sudor turístico.
La gente corría para conseguir un asiento con buena perspectiva, aunque con tantas pantallas en el establecimiento, podrían haberse tomado las cosas con más calma. Pero la ansiedad siempre domina al ser humano en situaciones donde el compartir es clave.
Logré encontrar un rinconcito donde sentarme, ya hiperventilando. De un tiempo a esta parte he desarrollado una fobia a la improvisación, especialmente cuando no tengo la situación controlada y el éxito o no de algo depende de factores externos que yo no puedo controlar. Si bien yo no había sido la que había reservado, me sentía responsable de que todo saliese bien por haber llegado antes.
Una vez sentada, observé a mi alrededor. Una familia estaba debajo de una de las pantallas, aunque claramente no estaban interesados en el fútbol. Las televisiones a todo volumen sobre sus cabezas y una segunda hilera de sillas detrás de ellos, prácticamente con gente respirando en sus cuellos.
Detrás, un grupo de chicas de entre 25 y 30 años comía hamburguesas y gritaba como si Janice Litman-Goralnik, de Friends, estuviera en sus gargantas.
Porque, aunque me guste disfrutar del fútbol ocasionalmente, mi alergia a la gente irrespetuosa y molesta es más fuerte que cualquier pasión deportiva. O quizá es alergia a la gente, simplemente.
Así que, intentando recuperar la sonrisa con la que había salido de casa y la promesa de ver ''la vuelta'' desde la comodidad de mi sofá, me despedí del bar, de sus gentes, del jaleo y me llevé la victoria de mi equipo como premio de consolación.
Después de todo, aunque pueda disfrutar de una buena pizza y una cerveza fría, no hay nada como la tranquilidad del hogar para escapar de las alergias sociales.


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