Veinte minutos no son nada_7
Nunca había visto Sam tanta gente en ese local. Estaba abarrotado. Habían tenido una suerte tremenda al aprovechar los asientos que dejaban libres en ese momento una pareja. ¿Sería esa la única suerte que tuviera Sam esa noche?.
A partir de ese momento y ya con el cava y el vino servido, Joan comenzó a explicarle su vida con todo lujo de detalles y sin omisión de intimidades.
—¡Cuánta gente hay hoy!—le dijo Sam por decir algo.
—Sí, puede que haya incluso gente de mi despacho. Si por casualidad se acerca alguien a saludarme, no te molestes si le digo que eres una clienta de la oficina. No saben que me estoy divorciando y si se enteran, algunas mujeres del despacho que me tienen ganas, podrían acosarme.
Sam no dijo nada, pero miró al camarero, que casualmente se acababa de convertir en cómplice y ayuda en silencio desde su posición y quien le hizo una mueca de ''estoy contigo'' que ella agradecía, a la par que sentía bochorno.
Joan continuó...
—Me gusta el fútbol y me gusta ir los domingos al bar que hay cerca de mi casa a verlo. Es el día que me permito salir en chándal. Mi exmujer y yo seguimos compartiendo casa y como el sexo es lo único que se nos daba bien juntos, nos acostamos de vez en cuando.—No estoy buscando sexo —añadió. Eso ya lo tengo.
Sam puso un pie en el suelo y permanecía sentada en el borde de la silla, postura que no había modificado desde que llegó. Era esa típica postura que necesitaba un pistoletazo de salida para correr como alma que lleva el diablo. Pero era muy educada, muy tonta, o educada y tonta.
Ella venía de otro mundo, sin duda. A ella los hombres le habían respetado siempre. Había tenido sus ''novietes'' y había estado años casada; pero desde que se divorció, era como si se hubiese instalado en otra dimensión del universo. Los hombres le habían empezado a parecer seres extraños y dañinos y ella caminaba de puntillas para que al menos, los talones no se quemasen con tanta ceniza ardiendo que le estaban poniendo bajo sus pies...
—¿Qué esperabas de esta cita?—le espetó Sam.—Pensé que tenías interés en conocerme y no me has hecho ni una sola pregunta personal en lo que llevamos de noche. Te has instalado en tu trono de señor adinerado y solicitado y me siento ninguneada. ¿Esperas acaso que me ponga el chándal los domingos y te acompañe al fútbol?—dijo Sam burlona.
—Sí—contestó el ''señoro''. —Quiero también compañera para viajar.—Mira Sam, añadió sin pestañear y encorvándose aún más, sin haberse quitado el abrigo tampoco allí.— Mis relaciones con mi ex son excelentes, ¿para qué cambiar?. Podemos estar hasta 20 minutos follando. ¿No te parece una barbaridad?
Fue en ese momento cuando Sam soltó lastre. El yugo que la paralizaba se derritió y sin perder la compostura le espetó:
—Mira, yo en 20 minutos no me he quitado ni las medias...
De repente sonó un ¡BRAVO! y los dos miraron en dirección al interior de la barra. Era el camarero, que estaba viviendo esta cita como algo personal.
—Ya era hora, nena.— dijo, dirigiéndose a Sam.
En ese momento, pedí la cuenta. Joan se levantó y dijo que iba al lavabo ''justo'' cuando el camarero le entregaba la nota directamente a él...


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