Veinte minutos no son nada_4
Y aspiró, como se aspira a una vida mejor.
Pero esa calada no la llevó a ''esa vida'', porque ella no estaba acostumbrada a fumar ese tipo de cigarrillo (ni ninguno) y sufrió una bajada de tensión.
Y es que desde que cumplió los 50 no sólo empezaron a estropearse todos los electrodomésticos que tenía en casa (llevaban 10 años funcionando, también hay que decirlo) sino que sentía en su propio ser cómo su maquinaria también lo hacía: irregularidades en su ''termostato'', dificultades para perder peso, sudores fríos, irritabilidad, pasotismo, falta de energía y ahora intolerancia a la ''risa''.
Helena le trajo una Coca-Cola y poco a poco se fue recuperando.
Fue cuando Carmen entró en la sala, cuando ella se recompuso en el sofá y puso cara de ''aquí no ha pasado nada''. No quería arruinarle a su amiga su aniversario.
—¡Anda que invitáis!—soltó con una risilla pícara.
—No te lo recomiendo—contestó Sam.—Es muy fuerte.
Carmen sonrió mientras daba cuenta de la primera calada. Sin mediar palabra, asió a su amiga de una mano al tiempo que le decía:
—¡Vamos!—y ambas salieron de aquella sala y corrieron hacia dos hamacas que había junto a la piscina. —Aquí podemos fumar tranquilas porque corre el aire. Te sentará bien.
Y así fue. Estuvieron largo rato charlando. Carmen le dijo lo mucho que la echaba de menos y Sam prometió volver a estar presente en su vida con más asiduidad.
Fue en ese momento, que se acercó a ellas Joan, o ese nombre entendió ella. Carmen lo saludó y le pidió que hiciese compañía a su amiga, mientras ella iba a atender a los invitados.
Sam la miró abriendo mucho los ojos en señal de ''no me dejes''. Estaba demasiado colgada y llevaba mucho tiempo sin quedarse a solas con un tipo. Vaya momento había elegido su amiga.
El tal Joan se sentó en la hamaca que Carmen había dejado libre pero automáticamente Sam le dijo que no podía permanecer más tiempo sentada porque empezaba a marearse y decidieron dar un paseo.
La noche estaba preciosa y la suave brisa parecía sentarle bien a Sam, que había escuchado toda la conversación de aquel tipo como la que oye un zumbido de abeja constante tras su oreja.
Cuando él le preguntó a qué se dedicaba ella, Sam contestó que trabajaba de vigilante de una playa y que todos la llamaban Pamela.
Joan decidió devolverla a la fiesta añadiendo:
—Vamos, te llevo de vuelta con tus amigas. Quizá deberías descansar un poco. Debe ser agotador trabajar todo el día bajo el sol.
Sam sonrió al tiempo que asentía y sin mediar palabra, le tomó del brazo y siguieron caminando de vuelta.
Al volver de su paseo, Joan dejó a Sam junto a Laura y se despidió de ella con un: —Mañana te recojo, Pamela. Si no estás cómoda, te vas, pero concédeme al menos 20 minutos para conocerte mejor...


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