Mi mejor casualidad_1

 Cuando Sam estaba triste, solía refugiarse en sus amigas, en el calor de su hogar; esconderse en sus libros, en su pluma y en sus quehaceres familiares. Cuando digo familiares me refiero a sus hijos, ya que no tenía cerca a nadie más. Creo que aunque los hubiese tenido, tampoco hubiesen hecho mucho por ella. 

Hija de una madre amiga íntima del ''yoismo'', por no decir, centro del Universo, reina y señora del bien y el mal, sabedora de todo sin haber vivido nada. Con un padre al que adoraba pero que consideraba más fácil la vida si no se enfrentaba a su esposa en pro de nada y rodeada de tres hermanos que aún viviendo en la misma casa que ella, tuvieron vidas diferentes.

—Sam tía, acompáñame a un concierto de Fito, que lo vamos a pasar bien.

Su amigo Alberto la sacó del ensimismamiento de vida que llevaba y consiguió que saliera esa noche. Fueron de concierto.

Su amigo tenía tal parecido físico y estético al cantante que iban a ver, que no hubo manera de llegar al asiento que habían reservado en el Palau de Sant Jordi sin que les parasen constantemente. Sam les decía que era el hermano pequeño de Fito y el pobre Alberto, tan tímido él, iba posando para las cámaras de cuantos se atrevían a pararlo.

—Con esto, ya doy por bueno haber salido hoy—le soltó riendo Sam mientras se instalaban en sus asientos.

—Qué capulla eres—le dijo Alberto, zarandeándola por los hombros y animándola a bailar.

Y efectivamente, eso es lo que hicieron durante todo el concierto. Bailar y beber cervezas, muchas cervezas.

Había en el recinto, unos chicos que llevaban una mochila con una manguera para servir la cerveza. A Sam le hacía mucha gracia que estos fuesen cargando en sus espaldas cervecita fresca para rellenar sus vasos de prepago.

—Para al ghostbusters, le decía a Alberto, cada tanto que pasaban por allí...y se reían.

Aunque la caminata de vuelta y el fresquito que se respiraba en la calle, les había despejado un poco, Alberto, metido ya en faena, la convenció para ir a tomar ''la última'' antes de volver a casa.

Sus pasos, entretenidos por la animada charla, les llevó hasta el Marula, una sala muy reconocida en Barcelona por los clubbers, con un ambiente tan alternativo y especial que parecieran diseñados exclusivamente para exhibirse en tamaño garito.

Después de pasar el control de la entrada, custodiada esta por tres amigos de Dwayne Johnson, atravesaron la concurrida pista hasta llegar a la barra.

Era entretenido mirar a la gente bailar. La música, lejos de ser comercial, les hacía retorcerse lentamente, llevándoles hacia algún tipo de trance del que no quisieran salir.

Alberto pidió  dos gin tonic de Sigrans y se marchó al lavabo, dispuesto a cruzar de nuevo la pista de autómatas que bailaban al ritmo de nada rítmico, o eso me parecía a mí tan poco entendida en música house, funky o afro del local.

—Deberías mirarte la próstata, querido. Lo tuyo es un no parar—bromeó Sam, al tiempo que Alberto le daba un toque en el hombro.

Sam sacó el móvil para revisarlo, ahora que su amigo se había ausentado al lavabo. No había cobertura.

—Puedo darte el wifi si quieres. Así podrás ver si tienes algún mensaje importante— escuchó desde el otro lado de la barra mientras desviaba su mirada del móvil al líquido que rellenaba sus copas y al sonido chispeante de los hielos al recibirlo.

—No gracias, no espero nada importante,—contestó ella ahora ya, mirando a quién la servía y le había hecho ese ofrecimiento. No pudo evitar un ligero nerviosismo que se notó en sus ademanes posteriores. 

—¡Hola! Soy Giusseppe. 

Alberto llegó y dio un largo sorbo a su Gin. Aprovechando que mi amigo miraba hacia la pista, Giussepe me entregó una invitación mientras me decía:

— Por si te apetece luego.

Pero no debí entender bien el mensaje, porque guardé la invitación en el bolso y me acerqué un poco más a la pista a bailar.

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