Cafetería de señoras

 

 Mil ochocientos cuarenta años estaban hoy desayunando en mi #cafeteriafavorita, y es que debía haber unas 23 personas de una media de 80 años de edad.

¡Hacía mucho que no era ''la peque'' del lugar!.

Sobresalían 12 señoras que conformaban un grupo muy pintoresco y que se había situado al fondo.

Me he puesto al lado. La última mesa que quedaba al final del bar.

Mientras Tula miraba fijamente y en silencio mi mini de atún como Guardia del Palacio de Buckingham a turista durante una foto, yo las observaba a ellas de soslayo.

Sus pelos cortados al bies, sus ropajes de consistentes colores, predominando el amarillo sabiduría, unas con cuerpos ectomorfos (largas y delgadas) , otras con los suyos endomorfos (robustas y redondas). Las primeras comiéndose grandes bocadillos, las segundas mirando a las primeras deseándoles una ingesta indigesta mientras hincan los dientes de sus tenedores sobre la fruta insípida pero colorida de sus saludables platos.

Yo desde mi asiento pienso en cómo habrán sido sus vidas. Cómo sus historias. ¿Se habrán enamorado?¿Tendrán hijos?¿Se sentirán solas? ¿De qué se arrepienten?

En el centro del corro que han formado con las mesas, las más dicharacheras. Una de ella no para de hablar, abanico en mano, el aire acondicionado a tope. ¿Es una pista de que los calores del trasiego de mujer climatérica continúa a los 80?. Lo pienso y me entran los calores. Cojo el abanico yo también.

En los extremos de las mesas las más solitarias. Ellas comen y miran a las que hablan, algunas con un ojo medio guiñado en señal de aturdimiento ya que la charla agolpada y sin turnos, se mezcla en sus cabezas quizá, provocándoles un poco de confusión y mareo. Me he dado cuenta que yo tengo la misma expresión ante el alboroto.

Otras miran a su alrededor. Yo me fijo en la señora de la esquina que está más cerca de mí, tan seria, tan fina, tan ensimismada, masticando su pedazo de tarta y sorbiendo su humeante café; pero, ¿qué?, ¿cómo?...

Se ha levantado de la silla convulsionando casi sin poner los pies en el suelo y automáticamente y cojeando (no me extraña, yo me habría desgarrado el suelo pélvico), ha abierto el carro de la compra que tenía a su derecha y ha sacado una botellita de plástico de ''agua'' Fontfea y ha empezado a repartirla en las tazas de café de sus convecinas.

—¡Venga, venga, que no se diga. Animemos esto que parece una residencia para viejas.

¿De dónde le ha salido el ánimo?, mira que no tengo ni idea pero he aprovechado su mirada de reojo todo el tiempo durante su servicio de camarera y este me ha llevado hasta un tipo apuesto que se acababa de sentar en el borde de un taburete de la barra.

Ochenta para noventa, tenía el tipo, pero muy bien conservados.

De repente, la mesa se ha convertido en un corral cualquiera en hora punta. La camarera cariñosa se ha acercado con el tensiómetro (anisete) a ver si se necesitaba una dosis más alta. Pero la señora Anisenda (así la he bautizado) no estaba por la labor de bajar el tono que ella había inspirado y ha sido en ese momento cuando su maniobra, me ha petado la cabeza del todo.

Ya distraídas todas con el toque picante de sus cafeses, han seguido con su charla animada y la señora Anisenda ha entrado en el lavabo tras dedicarle al apuesto ''señoro'' una sonrisa picarona.

Este, ha saltado del taburete (no le llegaban los pies al suelo) y se ha ido a su encuentro. La puerta del baño se ha cerrado tras ellos.

Ninguna de las amigas se ha dado cuenta. Yo sí.

Yo de mayor, quiero ser ELLA. ¿Quieres ser mi señoro?.

No confíes en todo lo que se ve. Hasta la sal parece azúcar.



Comentarios

  1. Lo que el orujo o el anís, en el desayuno, no consiga... Eso anima, alegra, inspira, impulsa...
    De entrada, Doña Anisenda y Don Grappa, alegres, animados y optimistas, bien que han ido al baño.
    《A mi que me pongan lo que tomaba el apuesto caballero..》
    mil ochocientos cuarenta años..
    pero espíritus jóvenes y pícaros

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