Una historia de Amor
Hoy ha sido un día de gimnasio flojucho, estoy débil y dolorida después de la intensidad con la que hice mi clase de spinning ayer; y es que hay días que lo doy todo.
Así que me fui un rato a la cinta a caminar y allí casi se me sale el corazón, y no precisamente por el cardio realizado, ni por el desnivel que me había puesto, sino por el hombretón que tenía frente a mí y se dirigía a la máquina de bíceps.
Ha sido verlo y convertirse todo en una película a cámara lenta.
Caminaba hacia su objetivo, con su malla ajustada sin opción a la imaginación y una camiseta de cuello a la caja, estrecha y sin mangas, dejando su hombro tatuado y redondeado, cual escultura de dios griego, a la vista.
Ha ajustado el peso de la máquina. Se ha llevado los dedos entreabiertos hacia su divina cabellera, apartando delicadamente el pelo de sus ojos.
Se ha acariciado la barba y se ha sentado en la máquina.
Ha empezado el ejercicio y mientras atraía hacia sí las barras, ha descansado su lengua en el extremo izquierdo de su labio superior para luego hacer un gesto de dolor y morderse al mismo tiempo el labio inferior.
Ha sido en ese momento cuando la cinta me ha cambiado el ritmo automáticamente y me ha cogido tan absorta que he perdido el equilibrio y me he caído de rodillas. Me he incorporado tan rápido como he podido antes de que alguien pudiese percatarse de mi ridícula postura en el suelo y he seguido como si tal cosa.
Mi adonis seguía con su tarea, sus caras, su boca, su lengua, su atractivo y sus sugerentes posturas.
No he podido resistirme.
He parado la máquina, he ido en su dirección y justo cuando iba a saludarle, un pibón del 15 se ha puesto delante mío y frente a él y se han dado un pico cómplice y cotidiano.
¡Coño! tiene novia.
He hecho un pequeño quiebro para desviar mis pasos y he tropezado con la máquina cayendo de rodillas justo a sus pies. Me ha preguntado si estaba bien, me ha ayudado a incorporarme y me han mirado los dos con lastimilla, así que me he ido al baño a lamentarme de mi ridícula escena. Mi rostro rojo como la grana y mi dignidad y mis rodillas dañadas.
Y así es como no empiezan pero sí acaban todas mis historias amorosas: besando el suelo.


Me ha encantado, me alegra haber descubierto por casualidad tu blog
ResponderEliminarGracias!!!
EliminarA veces el ir de rodillas encierra más dignidad de lo que aparenta...
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo
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